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El dolor como herencia

El dolor como herencia

Aunque el mundo ha sido escenario de innumerables guerras, actualmente vivimos el horror de la guerra, transmitido en directo a nuestros hogares por los medios de comunicación y las redes sociales. Esto, sin duda, nos causa ansiedad y tristeza, que se infiltran en nuestras mentes.

Seguimos siendo envenenados e impactados al ver el sufrimiento de nuestros semejantes, y por eso enfermamos. Imaginemos, entonces, el impacto en la salud de quienes sobreviven en estas zonas de conflicto.

En un intento por ayudar a mitigar y predecir los efectos futuros sobre los sobrevivientes, se han llevado a cabo varios estudios de salud en estas regiones.

Algunas muestran impactos nocivos más evidentes, como lesiones, exposición a contaminación tóxica por explosiones, mayor incidencia de cáncer asociado a sustancias contaminantes, dificultad de acceso a medicamentos crónicos y tratamiento de enfermedades preexistentes, desnutrición, enfermedades secundarias a la falta de saneamiento básico y agua potable, etc.

Pero lo que impresiona es un estudio publicado hace unas semanas por un grupo de investigadores de varias universidades estadounidenses, entre ellas Yale, en colaboración con la Universidad Hachemita de Jordania.

Estos investigadores demostraron, por primera vez, que las mujeres embarazadas sometidas a violencia en zonas de guerra en Siria transmitían alteraciones y mutaciones genéticas a sus fetos, y que estas mutaciones se transmitían hereditariamente durante tres generaciones. El estudio se realizó con familias de refugiados sirios acogidos en Jordania desde 1980.

Sabemos desde hace tiempo que el trauma materno afecta la salud del feto, con repercusiones incluso en la edad adulta. Las drogas, el alcohol, el tabaco, la contaminación y los medicamentos utilizados durante el embarazo pueden causar cambios epigenéticos, como la metilación del ADN, y disfunción orgánica en el feto.

Las deficiencias de nutrientes en la madre perjudican el desarrollo fetal, dando lugar a un bajo peso al nacer y a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular en la edad adulta.

El feto es capaz de “percibir” señales ambientales del entorno externo y, a partir de ahí, adaptarse a ese entorno, desarrollando características adaptativas para poder sobrevivir en él.

Se creía que los efectos del estrés materno se transmitían de la madre al feto a través de cambios hormonales, como el aumento de adrenalina y cortisol en la sangre placentaria.

Este estudio, sin embargo, muestra por primera vez la aparición de mutaciones genéticas específicas inducidas por la violencia sufrida por mujeres embarazadas y transmitida a lo largo de tres generaciones consecutivas.

Una observación interesante y dramática fue el hallazgo de una mutación genética asociada con el envejecimiento acelerado en la vida adulta en individuos expuestos a la violencia durante la fase intrauterina.

La presencia de una firma epigenética hereditaria de violencia tiene implicaciones importantes para comprender y abordar problemas sociales graves, incluidos los ciclos multigeneracionales de violencia, abuso y pobreza.

El estudio aporta información valiosa para la creación de políticas públicas preventivas, de intervención temprana, y orientadas a romper el ciclo de violencia y destrucción en las generaciones de víctimas y descendientes de víctimas de violencia extrema.

Quién sabe, quizá contribuya a reparar el tejido social desgarrado por la violencia, en aras de un mundo mejor para todos. Tengamos esperanza. •

Publicado en el número 1368 de CartaCapital , del 2 de julio de 2025.

Este texto aparece en la edición impresa de CartaCapital bajo el título 'El dolor como herencia'.

Este texto no representa necesariamente la opinión de CartaCapital.

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