Francesca: «Un día decidí que ya no quería estar gorda. Y perdí 80 kilos».

La alegría de salir con amigos. Disfrutar de un aperitivo. Permitirse el lujo de saborear dos bolas de profiteroles sin remordimientos y sin correr el riesgo de comerse medio kilo presa de un ataque de hambre compulsivo. Esta es la nueva vida de Francesca, conquistada «sin milagros», como ella dice, pero con determinación, sensatez y la inestimable ayuda de los demás. Hoy, Francesca Migliaccio es voluntaria de la asociación Amici Obesi y su historia es un canto a la posibilidad de renacer.
El pozo negro de la obesidad“Había caído en una especie de pozo negro”, dice, describiendo el punto de no retorno. “Alrededor de los 50 años, una serie de acontecimientos que me habían abrumado desde la infancia me llevaron a perder por completo toda inhibición con respecto a la comida. Ya no se trataba solo de unos kilos de más: mi peso se había convertido en una prisión, una roca que amenazaba con aplastarme”. La obesidad, recuerda, es una enfermedad que puede ser trágica, como la anorexia, aunque más lenta, más sutil en su progresión: “También se muere con la obesidad, aunque más lentamente”.
No era fácil encontrar la ayuda adecuada en aquel entonces: hace 15 años, los centros multidisciplinarios no estaban tan extendidos como hoy. No existían los medicamentos que hoy parecen tan prometedores. La batalla contra el peso a menudo se libraba en solitario. Y solo, a menudo, se perdía.
Una mano extendidaFrancesca lo había intentado todo, «incluso la clínica de Fantozzi», como recuerda irónicamente. «Ya lo había intentado con dos psiquiatras, pero sin éxito. En un momento dado, cuando casi llegaba a los 170 kilos, alguien me ofreció una mano inesperada. La agarré y logré salir de ese pozo. Me llevaron a un cirujano bariátrico y ese fue el comienzo de mi verdadero camino de cambio».
El largo camino hacia el renacimientoLa operación no fue inmediata. «Me llevó un año y medio de preparación, el tiempo que necesité para que el cirujano se asegurara de que estaba lista. Al mismo tiempo, comencé mi tercer viaje con un psiquiatra, y esta vez fue el indicado. Por suerte, porque la cirugía sola no es suficiente». Su camino fue largo, unos 15 años para superar el trastorno alimentario. «Esto demuestra que no hay trucos ni atajos: «Nadie hace milagros —confirma con convicción—. Somos nosotros quienes tenemos que decidir cambiar nuestras vidas. Y el cambio es un viaje de la mente y el corazón, un compromiso constante que requiere paciencia y, sobre todo, ayuda externa».
La importancia de pedir ayudaFrancesca es la prueba viviente de que «se puede superar un trastorno alimentario y la obesidad severa, incluso a una edad ya no tan temprana». Un mensaje crucial que Francesca quiere transmitir es que no se puede hacer nada solo: «Hay que pedir ayuda, y no a cualquiera, sino a personas cualificadas».
La asociación Amici Obesi es un ejemplo concreto de ello. Un lugar donde pedir ayuda, que ofrece la asistencia humana de voluntarios y te guía hacia la asistencia especializada de la comunidad científica. «Si nos tiendes la mano, la tomaremos y te guiaremos», asegura. Un apoyo fundamental, que no debe darse por sentado, ni siquiera entre amigos o familiares. Porque son pocos, incluso hoy en día, los que realmente entienden qué es la obesidad y qué hay detrás de una persona que la padece. «A quienes nos miran con desprecio o con hilaridad, me gustaría hacerles entender que detrás de una persona obesa siempre hay sufrimiento por algo grave, no por lo que comemos».
Hoy —concluye— vivo mi nueva vida con consciencia y libertad. La culpa ha dado paso a la alegría, la privación a la posibilidad de elegir. La lucha contra la obesidad se puede ganar, siempre que la afrontemos con la mentalidad adecuada, el apoyo adecuado y la profunda convicción de que el cambio, aunque difícil, es posible.
La Repubblica