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Diario de un cirujano durante el apagón

Diario de un cirujano durante el apagón

Lunes. 11:00 h. Sin novedad en el frente. Nuestros pacientes están bien, y el día parece encaminado. Se está interviniendo al primer caso del día. Luego vendrá el de la tarde. No hay nada más confortable para un cirujano que la rutina. Dentro y fuera de quirófano.

12:16 h. Hablo con Fran [Sánchez Becerril] por WhatsApp sobre mi nuevo libro que está a punto de salir. Luego me pongo a hacer un informe de alta. Cuando está casi terminado, la pantalla se vuelve negra. Se ha ido la luz. Protesto en voz baja y culpo a los operarios que deben estar fuera enredando en las instalaciones. Siempre hay electricistas a todas horas colocando más cables de fibra para nuevos dispositivos, aparatos, etc. Es la realidad del siglo XXI en los hospitales. Vuelve la luz. Ya está, no ha sido nada. Calma, solo hay que esperar a que se reinicie el ordenador. Pero no llega a hacerlo; se va la luz otra vez. Salgo al pasillo ofuscado, a pedir explicaciones, pero no hay nadie enredando en cables. Qué raro; la planta está oscura. Me siento a esperar que vuelva otra vez.

12:40 h. No lo hace. Mi Santa me dice por WhatsApp que no hay luz en casa. Entonces, es general, deduzco. Me meto en Twitter y ya hay algunos testimonios que aseguran que la luz se ha ido en todo el país, mezclados con memes que sugieren que el apagón es culpa de Florentino, de Pedro Sánchez, del papa negro, de Putin, de Trump, de los chinos. La gente no pierde oportunidad.

12:50 h. He dado una vuelta por la planta. Está todo iluminado gracias al funcionamiento de los grupos electrógenos de recurso que tienen todos los hospitales, pero todos empezamos a sentir que algo no va bien. La mayoría de los teléfonos no funcionan, y tampoco los ordenadores, y no se puede medicar a los pacientes si éstos no funcionan. En UCI están garantizados los monitores, los respiradores artificiales y las jeringas de medicación endovenosa. En consulta, en cambio, empiezan a generarse colas, confusiones y un malestar generalizado. Aunque poco, para un hospital, ya es demasiado tiempo sin luz.

Foto: Hospital de Barcelona. (Reuters Connect)

12:59 h. Me pregunta Fran por WhatsApp que cómo estamos viviendo el apagón. Funciona nuestra wifi de trabajo así que tengo comunicación con el exterior. Le respondo que voy a quirófano a enterarme. En redes, los periódicos sugieren como causa del apagón un ciberataque, pero podría ser cualquier otra cosa, como una simple avería. Me imagino a cualquier animalito royendo un cable que ha encontrado por casualidad y fastidiándonos la mañana. Yo es que de electricidad no sé mucho, pero soy consciente ahora de la importancia de que ésta exista en nuestras vidas. Me da por pensar que sin luz tampoco tengo dinero, puesto que soy de los que realizan todas las transacciones con el móvil desde hace años. Me pongo como propósito guardar algunos billetes en casa para contingencias, aunque si el apagón dura una semana, al octavo día los cambios serán ya en especias, y al noveno, a cuchilladas.

13:37 h. Hablando de contingencias, el hospital ha activado el que tiene protocolizado para estos casos. Se suspenden todas las cirugías electivas (aquellas que pueden esperar); las que están en curso (es decir, el paciente está abierto ya) se continúa hasta finalizar. En quirófano no se ha notado nada en ningún momento, menos mal. Se está planteando suspender las intervenciones de la tarde ante tanta incertidumbre. Me parece bien (resultaría una temeridad iniciar una cirugía en estas circunstancias). Se plantea un problema con los pacientes encamados y su traslado por el hospital; si bien parecen funcionar los ascensores, no ofrecen garantías. Bastantes se han quedado encerrados y han tenido que forzar la puerta para salir cuando se ha producido el apagón.

13:45 h. Ya van los ordenadores. Se puede prescribir.

13:50 h. Dicen que el caos ya se ha establecido en las calles. Me asomo a la ventana. En la rotonda de enfrente los coches están detenidos y los semáforos apagados. Por la boca de metro se ven riadas de personas desalojadas, puesto que el metro también está muerto.

14:23 h. Se cancelan las cirugías de la tarde. Le digo a nuestro paciente de segundo turno que se vaya a casa. Lo entiende perfectamente puesto que está viendo las noticias por internet. Ni él ni yo estamos con ganas de meternos en un lío. Bastante complicado es una cirugía cardiaca como para no hacerlo con garantías. La dirección del hospital se comunica con los trabajadores a través del mail, que aun funciona. Asegura que se mantendrá la atención de todos los servicios críticos.

Foto: Un equipo de cirugía durante un trasplante. (EFE/Salas)

15:00 h. Normalmente a esta hora se va el turno de la mañana y viene el de la tarde. Pero no ha sucedido aun porque los que entran aún no han llegado. El caos es absoluto fuera. Se establece un corrillo entre nosotros donde se hacen alusiones a series y películas apocalípticas. Mi aportación al tema es la serie El apagón que, si no recuerdo mal, era de Movistar Plus y no la acabé porque me resultó mareante con tanto movimiento de cámara, tan al uso en la actualidad. Alguien sugiere que se hará viral otra vez (en cuanto vuelva la luz, claro), como con el tema del cónclave y las ficciones existentes al respecto. Me parece una reflexión acertada. "¿Qué preferís, que no haya luz o que no haya agua?" Pregunta otro alguien. Yo digo que prefiero agua, pero hay quien sugiere que con luz puedes comprarla embotellada. La conversación deriva al recuerdo de la locura general por adquirir papel higiénico durante la pandemia "Estoy convencido que pasará esta tarde", dice el primer alguien, a quien rápidamente rebatimos todos, puesto que sin luz no hay supermercados funcionando.

15:35 h. Nos equivocamos, ya que hay una cadena de supermercados muy conocida que tiene las puertas abiertas gracias a su propio grupo electrógeno, según publicación en redes de la propia empresa. Como mi Santa me dice que no tenemos velas en casa se me ha ocurrido pasar por ahí a ver si puedo comprar. Antes de salir del hospital echo un último vistazo a internet en el móvil y luego salgo a la calle. Es una sensación similar a cuando lo pones en modo avión antes de despegar en un vuelo transoceánico. Dicen que tardarán entre 6 y 10 horas en arreglarlo, así que mejor comprar velas. Al cruzar veo una auxiliar de mi planta entrar con la cara roja del esfuerzo. "He salido de casa hace dos horas y ha venido andando", me dice. Los sanitarios somos de otra pasta, reflexiono. Si hay que venir se viene, aunque sea a rastras.

15:50 h. En la calle hay voluntarios que ordenan el tráfico. Ver para creer. Delante de mí un viandante le pregunta a una de peto amarillo, que ya parece muy suelta con su nueva ocupación, que donde hay que apuntarse. "En la otra rotonda te dan un peto y ya". España, es el país de la siesta pero también de la improvisación cándida y desinteresada.

Foto: Médicos realizando una cirugía en quirófano. (EFE/Óscar Rivera)

16:00 h. Agotadas las velas en el supermercado. Está hasta los topes de gente haciendo acopio de salchichas de paquete, y otros productos procesados que no precisan de cocción antes de ser deglutido. No quedan ya ni las de olor a vainilla ni las de canela, ni grandes ni pequeñas. "Vamos al chino", oigo a mis espaldas. Buena idea.

16:05 h. De camino a casa se nota el ambiente raro. Contrasta la cara de preocupación de algunos de los que se cruzan contigo, con las de aquellos que están sentados en las terrazas acompañados de cervezas y tapas y riendo a mandíbula batiente. Supongo que frías [las cervezas] ya no deben estar, pero es igual: se trata de un tipo de conciudadano muy pro que no perdona el aperitivo y el terraceo aunque vaya a caer un meteorito. A todo esto: ¿qué harán los fumadores sin tabaco hoy? Como no tengan cash en casa no sé cómo se las van a arreglar. Igual en las gasolineras pueden tirar de tarjeta, si éstas tienen grupo electrógeno, que supongo que sí.

16:10 h. El chino de casa nunca cierra. Está siempre abierto. Tiene de todo, y tiene velas. Los chinos están a la vanguardia porque trabajan más. Si quisieran, se cogerían de la mano y harían una cadena humana para que electricidad circulase por sus cuerpos y lleguase desde China a sus locales en la capital de España. Cojo un paquete de las pequeñas y dos medianas y me doy cuenta que no las puedo pagar porque no funciona el datáfono. Se ve que no han pensado en la cadeneta humana, o que lo dejan como último recurso. Las dejo, subo a casa, y le pido dinero a mi Santa. Gracias a Dios algo tiene. Vuelvo a bajar y salgo del chino con mis velas como si tuviera el bien más preciado de la tierra. ¿Estoy mutando ya a un superviviente postapocalíptico?

Foto: (iStock)

17:12 h. Como el portátil tiene algo de batería me pongo a escribir estas líneas. Suelo sentarme a trabajar en casa con la compañía de un té, pero hoy será una Coca-Cola. Aún está fría. Oí decir que cuanto menos la abras menos pierde el frío (obvio; como con el horno pero al revés), así que mejor no abramos mucho la nevera entonces, pienso, y de repente me parece como si reflexionando así ya llevásemos meses sumidos en el caos. A lo lejos no dejo de escuchar sirenas y por el cielo pasa el helicóptero cada dos por tres. Son sonidos inquietantes que interrumpen un silencio que asusta. Otra vez esa ausencia de ruido del tráfico y de los viandantes que remeda a la época más terrorífica de la pandemia. ¿Volveremos a sufrir el desconcierto más absoluto? Si esta noche no llega la luz, mañana puede establecerse un desastre de proporciones incalculables. No me refiero solo al hospital, sino a la sociedad en general. Sin electricidad la población pierde con facilidad la moral, las normas de convivencia, de conducta. No lo hemos vivido nunca en nuestras fornteras, pero lo conocemos en otros países, por otros medios, ya sea ficción o realidad. Cómo echo de menos internet en estos momentos para saber qué está pasando.

18.58 h. En cirugía "no news, good news", pero no puedo decir lo mismo en estos momentos. No tengo comunicación con mis compañeros desde esta mañana. Hoy no estoy de llamada, pero tengo la sensación de que estoy atrapado de pies y manos. En breve encenderemos las velas si no hay news. Cambiaría un rato el agua por la luz y así poder tener noticias. A ver qué nos encontramos mañana en el hospital.

20:30 h. La alarma del ascensor emite su estridente sonido. Dos segundos después, un estruendo proviene de la calle. Vítores, aplausos, gritos, cláxones. Algarabía general como si la selección hubiera metido un gol en la final del campeonato del mundo. Ha vuelto la luz. Respiramos, buscamos con ahínco el teléfono. Bueno, después de todo, no era para tanto. Gracias a quienes lo han hecho posible. En las redes ya hay propuestas para salir al balcón todos los días a las ocho y media para agradecer a los electricistas su desempeño abnegado.

Foto: Dos cirujanos en una operación. (Getty/Christopher Furlon)

21:30 h. La vida ha vuelto a la normalidad. En los periódicos, los expertos especulan con las causas: un incendio en una subestación, un sabotaje en un cable submarino (adiós a mi teoría del animalillo que roe un conductor de corriente), un ciberataque.

06:45 h. Martes. Ha sonado la alarma. Todo funciona, todo se enciende. El cuerpo se tranquiliza y también la psique. Somos seres humanos y nos caracteriza la necesidad de acomodamiento, la búsqueda del mínimo esfuerzo, la ausencia de adaptación a situaciones inusuales. Vuelta a la normalidad, que incluirá, en las próximas horas, una exhaustiva búsqueda de los responsables del suceso, cuyo resultado dependerá del color político que se tenga en mayor estima. Está en nuestra naturaleza patria. Es la hora del análisis de los políticos, periodistas y contertulios (y, a fin de cuentas es, también, señal inequívoca de la vuelta a la normalidad). Lo seguiremos por las redes, puesto que hay luz. Bendita luz, que también cura a los enfermos.

Que se mejoren.

El Confidencial

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