¿Cómo funciona la química de las ganas? | Sexo con Esther

Dicen que las ganas aparecen solas, como si fueran mariposas traviesas que deciden aterrizar sin previo aviso. Pero no es cierto. Las ganas se cocinan. Se cultivan. Se moldean con tiempo, con contexto, con roce, con palabra y, sobre todo, con cerebro. Porque sí, aunque a veces parezca que todo ocurre en la planta baja, la verdadera fábrica del deseo está en el ático: en la cabeza.
Desde la neuroquímica hasta la literatura erótica, el ser humano ha buscado explicaciones para entender por qué le da por practicar el aquello en ciertos momentos, con ciertas personas o en ciertas condiciones de luz, humor o hasta música. Hay quienes culpan a las feromonas, esas moléculas invisibles que dicen que nos arrastran como zombies perfumados. Pero la verdad es que no somos solo narices excitadas: somos también historias, miedos, recuerdos, estímulos y un archivo enorme de cosas que nos han hecho estremecer… o bostezar.
LEA TAMBIÉN

En la práctica, las ganas son una sinfonía compleja. A veces, todo empieza con una mirada que no se esperaba. Otras veces, ni con fuegos artificiales se enciende la chispa. Y ahí está el detalle: el deseo no es automático. No es un botón rojo ni una receta de microondas. El deseo es un proceso creativo, un rompecabezas que mezcla biología, emoción y algo de fantasía, porque nadie quiere hacer el aquello como si estuviera pagando una deuda.
Lo interesante es que esa química misteriosa puede aprenderse, estimularse y reinventarse. Para eso está el arte de conversar, de mirar distinto, de descubrir otras maneras de acariciar. La piel tiene memoria y, si se le trata con poesía, puede recordar por qué le gusta tanto el catre. Eso sí: no hay química que funcione si se ignora la realidad del cuerpo.

Foto:iStock
(Siga leyendo: Después del aquello)
Dormir mal, estresarse, vivir con miedo o sufrir un trastorno hormonal puede desconectar al mejor departamento inferior. Y lo peor: se puede pensar que el problema es uno, o el otro, o los dos, cuando en realidad el problema es que nadie ha dicho nada.
Por eso, hablar de las ganas –con franqueza, sin tabúes ni tonterías– es ya una forma de tenerlas. Decir “esto me gusta” o “hoy no tengo ganas” no debería ofender ni asustar a nadie. El deseo no se exige, se cultiva. Y si hay química, que sea con todo el cuerpo, no solo con los jugos.
(Le recomendamos: No es el juguete, eres tú)
Así que sí: hay feromonas, hay hormonas, hay neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina haciendo de las suyas. Pero también hay memoria, ternura, complicidad y piel. El deseo no es una chispa mágica que aparece por decreto divino. Es una llama
que se aviva si uno aprende a soplarla con ganas… y con arte.
Porque si el aquello va a suceder, que sea por deseo y no por costumbre. Que huela bien, que suene bonito, que roce suave. Que tenga algo de ciencia, algo de magia y todo el placer de no tener que explicarlo demasiado. Hasta luego.
eltiempo