Los dinosaurios no rugían como en ‘Jurassic World’: algunos podían cantar como los pájaros

La banda sonora de la era de los dinosaurios sigue siendo un misterio. Los rugidos de los tiranosaurios y los gritos de los velocirraptores en las películas —como en la cuarta entrega de Jurassic World, que se estrena esta semana— son una pura invención de los ingenieros de sonido, que buscan estremecer a los espectadores. Así han ido calando en el imaginario popular esos supuestos sonidos de dinosaurios, mientras que los científicos poco más podían hacer que hipótesis especulativas. Como el aparato fonador de los animales lo componen partes blandas que casi nunca se fosilizan, hasta hace muy poco solo se podían imaginar los sonidos de los dinosaurios basándose tanto en los conductos que estos animales tenían para percibir los sonidos como en ciertas crestas y adornos en el cráneo que podrían servir de caja de resonancia. Todo eso está cambiando.
El Parasaurolophus tubicen, que vivió hace 70 millones de años, podría haber sonado como un claxon de barco o un didgeridoo australiano gracias a su peculiar ornamento craneal, tal y como muestra una recreación científica del Museo de Historia Natural de Nuevo México (EE UU). En 1995, paleontólogos de ese museo recuperaron un fósil de ese hadrosáurido con una enorme cresta de casi un metro de largo que sobresalía de la parte posterior de su cabeza.
Como si fuera un instrumento de viento prehistórico, dentro de esa singular estructura había tres pares de tubos huecos que iban desde la nariz hasta la parte superior de la cresta, que los investigadores escanearon con total detalle mediante una tomografía computarizada similar a la de un TAC. Después de dos años de trabajo, el resultado fueron simulaciones por ordenador de cómo resonaría ese órgano si se soplara aire a través de él, tras haberlo reconstruido digitalmente con la ayuda de científicos computacionales. “Describiría el sonido como de otro mundo. Recuerdo que me dio escalofríos”, declaró a la BBC recientemente Tom Williamson, uno de aquellos paleontólogos.
Nadie sabe con certeza cómo sonó la enorme diversidad de dinosaurios que existieron a lo largo del Mesozoico. El paisaje sonoro habría sido diferente en cada una de las tres etapas de los más de 180 millones de años que lo conforman, pero la ciencia ha hecho algunos intentos. Según la forma de los oídos internos y otras cavidades craneales, los científicos han elaborado teorías sobre cómo podría haber sonado ese grupo de reptiles extintos.
Si el objetivo era comunicarse y advertir peligros, la capacidad auditiva de los dinosaurios tendría que haber estado supeditada a esa función, sus pequeñas estructuras auditivas debieron percibir frecuencias bajas, tal como lo hacen los cocodrilos actuales. Se supone que los animales perciben el tipo de sonidos que ellos mismos pueden producir. Nada de gritos ni rugidos. Es más probable que la mayoría de los grandes dinosaurios emitiera sonidos graves de onda larga, capaces de recorrer extensas distancias y hacer vibrar la tierra. Un siseo bajo amplificado, algo así como un antepasado bestial del cantante italiano de ópera Cesare Siepi, considerado uno de los mejores bajos líricos del siglo XX.

No obstante, la imaginación debe esforzarse en otra dirección que resta pavor a los sonidos de algunas de esas bestias prehistóricas. Hasta hace poco se creía que los cantos agudos y las frecuencias altas de onda corta estaban reservados a las aves, pero en 2023 un hallazgo emergió de las arenas del desierto de Gobi (Mongolia) para cambiarlo todo.
Era una laringe fosilizada del anquilosaurio Pinacosaurus grangeri —un acorazado herbívoro y cuadrúpedo de tres toneladas, casi dos metros de alto y unos cinco de largo—, que permitió pensar que el canto pudo haber provenido también de animales sin alas. “Este es el primer descubrimiento de un órgano vocal de dinosaurios no aviares en la larga historia de la investigación sobre ellos. Es interesante que la laringe del Pinacosaurus sea similar a la de las aves modernas, por lo que es probable que la usara para modificar el sonido como los pájaros, en lugar de la vocalización propia de los reptiles. Por lo tanto, podemos decir que el Pinacosaurus básicamente sonaba de forma similar a las aves”, arroja por correo el paleontólogo japonés Junki Yoshida, primer autor del hallazgo, que fue publicado en la revista Nature.
La laringe está hecha de cartílagos, un tipo de tejido blando que los microorganismos y la erosión del ambiente desintegran con facilidad, por lo que su preservación natural durante millones de años es excepcional. Por eso, la paleontología se ha valido de otros recursos para intentar reconstruir algo tan intangible como el sonido. “La comunicación sonora de los dinosaurios se había estudiado únicamente mediante el oído interno del cráneo fósil, pero no mediante el propio órgano vocal”, explica Yoshida sin disimular el orgullo por su trabajo. “Por lo tanto, mi hallazgo de la laringe representa una forma completamente nueva y un enfoque más directo para estudiar la comunicación sonora de los dinosaurios”.
Amanecer con el canto de un dinosaurioAl otro lado del sonido —y del mundo— la paleontóloga argentina Ariana Paulina Carabajal, experta en biología sensorial en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) trabaja sobre las estructuras craneales para dilucidar cómo veían, escuchaban y se movían esos animales extintos para hacer lo que hacen todos los seres vivos: sobrevivir cada día. “¿Para qué utilizan los animales el sonido? Básicamente, para comunicarse entre sí y para advertir peligros, pero del lado de la emisión se sabe muy poco”.
Las conclusiones derivadas de la laringe del Pinacosaurus coinciden con las que sacó Paulina Carabajal, en Canadá y Mongolia, Turquía, al estudiar una parte del oído interno de dinosaurios de la misma familia. “Yo estudié uno de los dos anquilosaurios en los que se preservó la lagena —una estructura fundamental en la audición— y cuando los reconstruí eran de las más grandes que encontré hasta ahora. Muy largas, mucho más que en otros dinosaurios. En general, sus lagenas son del mismo tamaño que las de un cocodrilo actual, no cambian mucho, pero los anquilosaurios tienen lagenas más amplias. Entonces, pensamos que habrían aumentado un poco el rango de percepción de sonidos. Siempre en frecuencias bajas porque todos los dinosaurios tendían a escuchar frecuencias bajas. Ahora, asociado esto al hallazgo de Gobi, tiene sentido. Entendemos que por alguna razón escuchaba un poco distinto a otros dinosaurios. Tenían alguna especialización para la vocalización. Es interesante porque cambia la interpretación de todo el grupo de anquilosaurios y abre la posibilidad de preguntarse: ¿qué otros dinosaurios pudieron tener un desarrollo semejante?”.
Es tentador entusiasmarse con las implicaciones del hallazgo. Aventurándose un poco, la científica cree que al ser presas apetecibles para los grandes carnívoros, no es descabellado pensar que esos acorazados hayan sido capaces de producir sonidos agudos imperceptibles para sus depredadores. Pero reconoce que la realidad no siempre es tan lineal como ese razonamiento y que, por tanto, hay otros aspectos a considerar.

El paleontólogo Fedrico Agnolín, investigador del CONICET y de la Fundación Azara, trabajó hace 10 años en otro hallazgo vinculado al sonido prehistórico: una siringe de preservación excepcional de una especie de pato extinto hace 70 millones de años fue la primera evidencia directa de cómo era el aparato fonador típico de las aves que convivieron con los últimos dinosaurios. Ante el hallazgo de Yoshida, plantea una reconstrucción audaz. “El repertorio de voz de ese dinosaurio está entre el de los pájaros cantores y los loros. No es que estamos pensando en que sonaba como un águila, no. Tal vez era como un zorzal que se levantaba a la mañana y empezaba a cantar”.
Para él, hay que dar rienda suelta a la imaginación. “El problema es que nosotros tenemos todo un bagaje de investigaciones previas que no nos podemos sacar de la cabeza. Entonces, uno sigue imaginándose un Tiranosaurus rex como un reptil gigantesco, aunque sus parientes de que tenemos fósiles que han preservado su piel muestran que estaban cubiertos por protoplumas, algo parecido a pelos. Todo el cuerpo cubierto de pelo, supongamos, pero todavía somos incapaces de imaginar un T. rex así”.
Más cautelosa, Paulina Carabajal pone límites a la creatividad. “Lo que no hay que interpretar directamente del trabajo de Yoshida es que al emitir sonidos como un ave, tenía canto. No sería como los cantos hermosos que hacen los pájaros, sino como un traqueteo relacionado con la forma en la que el aire atravesaba la laringe”. Ese es un instrumento diferente al de las aves que, en cambio, tienen siringe, un órgano único en su especie que les permite producir esos cantos tan apreciados por el ser humano. “Los reptiles tienen pliegues de tejido que protruden —desplazan— hacia el espacio por donde sale el aire y al moverse generan sonidos, siseos, pero la mayoría de los reptiles no generan vocalización. Una cosa es hacer un sonido y otra cosa es la vocalización propiamente dicha”. Por eso, el caso del Pinacosaurus del desierto de Gobi es tan sorprendente. Sus descubridores destacan que él y sus congéneres sí habrían podido vocalizar.
La laringe de ese anquilosaurio está compuesta de dos partes como la de cualquier reptil, pero con la particularidad de que entre esas dos piezas había movilidad, lo que le habría permitido controlar el aire que entraba y salía, produciendo sonidos similares a los de algunas aves.
Reevaluar muchos fósilesLa lengua de los reptiles no es móvil como la de los mamíferos, sino que al estar adosada a la parte inferior de la boca mandíbula, sus movimientos son muy limitados y solo queda libre la punta impidiéndole manipular el alimento. Lo interesante del Pinacosaurus, para Paulina Carabajal, es que “también se encontraron cartílagos hioides que sostienen la lengua —esenciales para tragar, respirar y producir sonidos— muy grandes. Por eso, los autores proponen que esa lengua era mucho más móvil que en otros dinosaurios y le habría permitido tal vez manipular un poco el alimento al momento de agarrarlo”.
Para Agnolín, podrían aparecer sorpresas en casos concretos. “Tenemos que reevaluar muchísimos restos. Aparecen dinosaurios que tienen algunas piezas en el cuello que no se sabe bien qué son. Hay que ver si son siringes o estructuras parecidas”. Los factores erosivos limitan, sobre todo, las certezas. “La siringe está compuesta por varios cartílagos osificados que se envuelven entre sí y forman como un tamborcito. Cuando el animal se muere, eso cae, se desarma y se pudre. Entonces, si vos te encontrás un pedacito de un tambor de una siringe, que debe tener 2 milímetros, no lo reconocés”, lamenta el científico argentino.
Estudios como el suyo y el del Pinacosaurus, sin embargo, invitan a revisar los depósitos en busca de aquellos fragmentos no identificados en su momento para evaluar la posibilidad de que se traten de pistas sonoras. Es algo que, de hecho, él ya hizo y lamenta no haber encontrado coincidencias. Agnolin sospecha que en muchos casos habrá que superar también el sesgo humano. “Tal vez hay algunos investigadores que nieguen que eso es una siringe y van a hablar de otras estructuras. Todo esto lleva tiempo y es parte del debate científico, que es eterno”.
El consenso entre los paleontólogos es que, con estas perspectivas y con los avances tecnológicos que se están produciendo, resolver el misterio del sonido de los dinosaurios está más cerca. Reconstruir la banda sonora del Mesozoico es solo cuestión de tiempo.
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