Covid-19, cinco años después: el virus sigue ahí, aunque no lo veamos
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Hace poco más de cinco años, en diciembre de 2019, se detectaron los primeros casos de un patógeno desconocido en Wuhan, China: el SARS‑CoV‑2. Desde entonces, la combinación de vacunación y contagios naturales ha conformado lo que los inmunólogos llamamos un "muro de inmunidad", una barrera que, en gran medida, nos resguarda frente a los cuadros graves y la mortalidad asociada a la infección.
Imaginemos un gran patio de colegio donde, en distinta temporada, los virus respiratorios —como la gripe, el VRS y ahora también el SARS‑CoV‑2— salen al recreo en grupo. La diferencia es que este último parece haberse hecho con su época en verano. Como bien me dice siempre un prestigioso virólogo amigo: "Los virus, como los bomberos, no se pisan la manguera"; por tanto, cada uno elige su espacio temporal. Y el SARS-CoV-2, contra toda intuición, no es frenado por las altas temperaturas: sigue replicándose y transmitiéndose con facilidad incluso en verano aupado además por el aumento del contacto social.
El éxito de las vacunas resulta paradójico: precisamente porque nuestro sistema inmune está protegido, el virus se vuelve invisible, generándose la falsa sensación de que el peligro ha pasado. Pero sigue ahí, agazapado tras el muro de inmunidad. Y ese muro no es uniforme para todos: mientras las personas sanas e inmunocompetentes viven tranquilas al otro lado, otros ven cómo su protección se resiente. Personas mayores —por inmunosenescencia—, con enfermedades crónicas, obesidad o inmunosupresión pueden ver cómo ese muro pierde ladrillos con el tiempo.
Por eso es esencial no bajar la guardia. La vacunación periódica en personas de riesgo—como la campaña antigripal— funciona como refuerzo, restaurando la protección y compactando el muro donde se ha debilitado. La emergencia constante de variantes —ómicron y subvariantes—, algunas con capacidad de eludir parte de nuestra memoria inmunológica, refuerza la necesidad de vacunas actualizables. Estas formulaciones adaptadas no solo reconstruyen el muro, sino que corrigen la "impronta" dejada por la primera exposición al virus, haciendo que nuestra inmunidad sea más eficaz frente a nuevas cepas.
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En este escenario, la vigilancia epidemiológica juega un rol clave. Monitorizar la evolución del virus y su circulación, no solo en el SARS‑CoV‑2, sino también en otros patógenos respiratorios, ayuda a anticipar posibles "escapes" del muro. Una detección temprana permite la rápida administración de dosis de refuerzo en los grupos vulnerables, minimizando el riesgo de brotes graves.
Sin embargo, los medios de comunicación a menudo contribuyen a una fatiga vacunal. Titulares sensacionalistas con nombres llamativos —"Ómicron", "Eris", "Pirola"— provocan alarma innecesaria. El resultado es que el público, al oír alarma tras alarma, se convence de que el covid ya no es grave y que las vacunas no hacen falta: un error peligroso cuando el muro se resquebraja en los más frágiles.
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Aquí emerge el rol insustituible de los expertos y las autoridades sanitarias. Su comunicación debe ser clara, veraz y científicamente justificada. Solo así se contrarresta el clickbait y se promueve una comprensión real del riesgo. Cada recomendación debe explicarse con datos: a qué grupo afecta, qué variante circula, qué protección ofrece la vacuna y cuándo está previsto iniciar nuevas olas vacunales.
Afortunadamente, contamos hoy con nuevas tecnologías, como el ARNm, rápidamente adaptables. Su capacidad de reprogramación rápida abre la puerta a vacunas específicas frente a nuevas variantes emergentes. Esto permite diseñar campañas cada temporada que respondan a la cepa predominante, alineando así refuerzo y protección, y evitando que el sistema inmune se ancle en su recuerdo del virus original.
De confirmarse esta tendencia de estacionalidad veraniega del SARS‑CoV‑2, será necesario replantear también nuestra estrategia de vacunación. La clásica campaña de otoño-invierno podría no ser el mejor momento para inmunizar frente al covid si su pico de incidencia se consolida en los meses cálidos. En ese caso, habrá que valorar si la separación de las campañas de gripe y covid puede ofrecer mejores resultados. Corresponde a los expertos en salud pública establecer el momento más adecuado para cada vacunación, teniendo en cuenta la epidemiología, la logística, la disponibilidad y el suministro de dosis. Lo importante es que cada virus sea enfrentado en el momento que representa mayor riesgo para la población, con las máximas garantías de protección.
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En resumen, cinco años después del primer brote en diciembre de 2019, la enfermedad grave por covid ya no es el monstruo que cambió nuestras vidas. Pero el virus sigue allí, en el patio, preparado para regresar si le damos una oportunidad. Nuestro muro existe, pero necesita mantenimiento. Eso significa:
- Mantener campañas de vacunación dirigidas, actualizadas y recurrentes, especialmente si la circulación veraniega del virus se confirma.
- Fortalecer la vigilancia epidemiológica para detectar variantes y anticipar estrategias.
- Comunicar con honestidad, guiados por expertos y autoridades, evitando alarmismos y explicando el porqué de cada dosis.
- Ser conscientes de que la protección colectiva no es eterna: hay que reforzarla, sobre todo para quienes por edad o enfermedad no pueden construirla por sí solos.
Este muro nos protege a todos: no es solo una cuestión individual, sino de responsabilidad compartida. Quienes pueden protegerse deben hacerlo para sostener el bloque común. Y quienes corren más riesgo deben tener garantizado el acceso a las vacunas que les mantengan del lado seguro. Solo así, cinco años después, podremos decir con tranquilidad que no perdimos la lección aprendida en aquel primer invierno de 2019.
El Confidencial